viernes, 9 de abril de 2010

"MERECIDO FINAL"


CAPÍTULO II

El regreso a casa lo hace a pié, el día soleado invita a ello. Sin embargo sus pensamientos no acompañan a la estabilidad del tiempo. Recuerda los rostros de sus hermanastros, Celia y Daniel, los mellizos: la cara pálida de ella que rompe su silencio, para contar que su padre la ha sometido a vejatorios abusos sexuales y la de horror de Daniel que condena a muerte a aquel monstruo. También recuerda su propia actitud receptiva, pero enmudecida, y su mirada ausente que evoca ese mismo relato.

Le da un puntapié a una piedra que tropieza en su camino y menea su cabeza para sacudir su mente.

Decide desviar su recorrido y se dirige a su floristería habitual para comprar las mismas flores de cada semana. La empelada del establecimiento repara que la señorita Sofía va a adelantar la visita a su difunta madre y Sofía se excusa con el exceso de trabajo.

El cortijo de los difuntos esta privado del sol, la altura de los ciprés protege cuantas ánimas allí habitan. Sofía se dirige por aquel laberinto que a tientas conoce, hasta topar con el retrato de su madre. A su rostro lo ilumina un rayo que se le escapa al sol para destacar, en aquella lápida, la sonrisa y lozanía. Sofía se sienta a su lado y se confiesa en alto, a sabiendas que los vivientes no escuchan y los muertos de alrededor ya están acostumbrados a su voz y pesares. Se lastima porque fue incapaz de consolar a los gemelos. Se reprocha no haber evitado que su tragedia se adueñase de una segunda víctima. Sola se cuestiona, sola se contesta. Relata que su padre no la volvió a forzar después de que su madre murió.

- Todo fue muy deprisa –balbucea – al poco tiempo de tu pérdida él se casó con Amalia y yo me empeñe en reprimir mi drama, a pesar de que las pesadillas muchas noches me lo devolvían. – El sollozo interrumpe su discurso- Justo al año, busqué cursar unos estudios universitarios fuera de casa. La idea para ellos fue estupenda y para mí una salvación. Nacieron los gemelos, Celia y Daniel y formaron una familia, a la que yo nunca pertenecí. – Limpia las lágrimas que resbalan por su cara y prosigue – Sin embargo, Amalia siempre les habló a los niños de mí como su hermana mayor y establecí un vinculo especial con ellos; aunque siempre envidié la complicidad de ambos. Y nunca, créeme. Nunca pensé que con Celia repetiría mi historia. – concluye su testimonio obligada por el lamento que se apiña en su garganta.

Da un beso a la palma de su mano para luego mudarlo al retrato, que sigue inmune a todo cuanto ha escuchado.