jueves, 23 de diciembre de 2010

"ES NOCHEBUENA, LA CENA SE ENFRÍA"


"CAPÍTULO III"

De repente alguien se aproxima y te llama, Abril, por tu nombre. Abril, repite. Con movimientos confusos alzas tu mirada y topas con esos ojos grandes, ahora desmaquillados. Le examinas de arriba abajo y compruebas que es Carmen. Viste con ropa cómoda y poco usual en ella. Es temprano para su visita. ¿Por qué vuelves? –es tu saludo y ella responde que tenía necesidad de verte. Te ofrece una botella de vino. Vino caro, compruebas. Titubeas en aceptarlo pero vence la dependencia al alcohol. Carmen coge el viejo cartón que tú desechaste anoche y se sienta a tu lado. Tú pides disculpas, disculpas sinceras. Ella te pide un trago y brinda por vosotras, por Abril y Carmen. Pero de pronto, gimoteas como una niña y exclamas que no te llamas Abril y que hace años también llevaste zapatos finos y maquillaje.

Carmen te abraza hasta fundir los olores variopintos de vuestros cuerpos y te susurra que todos tenéis una historia. Pero sólo escuchas el eco de tus palabras y con la mirada perdida evocas la tuya. – Me bauticé con este nombre porque en abril empezó mi vida en la calle – dices. Entonces, un escalofrío recorre el cuerpo de Carmen y con voz temblorosa confiesa que su madre le abandonó en este mes. – Lo siento Señora. Vaya coincidencia– manifiestas, mientras te retiras de sus brazos para mostrar tu foto. Pero antes de buscarla, bebes otro trago y colocando la botella frente a ti, culpas al alcohol de tu biografía desdichada.

Una vez más la imagen vuelve a hipnotizarte. Te presentas en ella y señalas los tacones que calzaban tus pies. Acaricias el rostro más infante y revelas que murió en un accidente de tráfico en Navidades; tú ibas bebida y perdiste el control del vehículo. Lo maté- murmuras. Continúas mortificándote, diciendo que fuiste una mala madre y que por eso decidiste abandonar a ella. Le señalas en la foto mientras emites su nombre. -¿Nunca le dije que me gusta su nombre?- preguntas a tu oyente, que desde hace rato no pronuncia palabra.

Como no contesta te vuelves... y descubres que Carmen yace, desvanecida, en el suelo. Golpeas su rostro para recuperar su conciencia y mientras lo haces descubres que en su oreja derecha tiene tu mismo lunar. Empiezas a ver todo borroso; ese lunar en su oreja de niña. Ese lunar tapado, por el cabello, para evitar complejos. Ese lunar, seña de identidad en tu familia. Las imágenes oscurecen y el aturdimiento te rinde a su lado.

Paseantes curiosos contemplan pasivos la escena, hasta que uno de ellos reconoce a Carmen y llama, de inmediato, al ciento doce. A los pocos minutos, luces y sirenas preceden la llegada de la ambulancia.

Despiertas en una habitación de paredes blancas. Miras de un lado a otro, luego te observas a ti misma. Se abre una puerta y entra una simpática enfermera, que mide tu temperatura corporal y se interesa por tu estado. Descanse Julia– se despide a los pocos minutos y te anuncia que tienes visita. Es ahora, cuando recapitulas lo sucedido.

Los mismos pasos que esta mañana. Aspecto serio, ojos enrojecidos. Manos convulsas buscan las tuyas. Silencio. Mirada que te llega y devuelves. –Mamá- te dice, mientras retira los mechones blancos que disimulan tu rostro marchito. Aprietas sus manos. –Fui una mala madre... – te pronuncias hasta que ella con un suave gesto tapa tu boca. Insistes en que quieres acabar tu historia; pero ella la conoce, –te recuerda- fue protagonista. – Tendrás tiempo – te recompensa. Entonces, una niña vivaracha irrumpe en la habitación y es escoltada por un apuesto hombre. Al verte retrocede tímidamente, pero Carmen le apremia para que te bese. –Es tu abuela- os presenta y tú aprecias los mismos ojos, el mismo lunar, tu mismo nombre.

El hombre te saluda con cortesía, y entrega a Carmen una bolsa de estampado navideño. –Vamos a bañarte, y a estrenar vestido- te invita tu hija. - Es Nochebuena, la cena se enfría.