miércoles, 14 de julio de 2010

"CRUCE DE VIDAS"

"CAPÍTULO II"
- Son quinientos euros –despacha Marta – pero se incluyen todas las comidas y tiene plena libertad para descansar en el salón – se apresura a decir, previendo que Jacinto desestimará la oferta.

Jacinto demora su respuesta y los minutos de espera reducen la esperanza, que Marta tiene de mantener su hogar. Pero los mismos, dan cabida a las persistentes reflexiones de Jacinto: “¡Quinientos euros! Ya no habrá mas calle. Mi pequeña pensión la empeñaré por estar a su lado. ¿Y ya no habrá mas vino? Maldito subconsciente, maldita dependencia. Maldito vino que robo mi cordura, me encerraron por loco y me restringieron la capacidad de administrar mis riquezas. No habrá mas vino, ella necesita mi dinero. Yo necesito su compañía o ¿necesito más al vino?”
- Señor Jacinto, ¿se encuentra bien? – evade Marta esos pensamiento acusadores- perdone la urgencia pero necesito una respuesta.
- Si hija, perdón –se disculpa el hombre –acepto el alquiler y a Marta se le vuelve a escapar una de esas sonrisas onerosas.


El propio día se convierte en escenario para habituarse a la presencia del otro. Presencia silenciosa, solo interrumpida por explicaciones ambiguas de una propietaria incómoda.
La tarde cae con parsimonia y Jacinto recuenta los últimos cinco euros de mes, que guarda en su bolsillo. Abandona su reciente pensión, para fundirlos. Ella se dedica a planchar el disfraz de su noche de viernes: una minifalda verde pistacho y un estrecho corpiño brillante. Cuando acaba vuelve a colocar, con esmero, el uniforme del supermercado sobre la tabla de planchar; su doblez sigue intacta.
Jacinto en un bazar de la esquina, gasta su poco dinero: dos euros con sesenta, para una libreta de líneas, un lapicero y un borrador; un euro para un detergente barato que adecente su ropa y el resto para el último chato de vino, por un tiempo.

Aquella noche ni siquiera se despiden. Ella marcha presurosa, él, en su cuarto, imagina la salida. CONTINUARÁ