miércoles, 7 de julio de 2010

"CRUCE DE VIDAS"


- No empiece de nuevo madre. Entienda que ahora no es el momento. ¿Quién alimentaría a mi hijo? – Valora Marta, concentrada en sostener el teléfono, entre hombro y cabeza, mientras tinta su uñas de rojo.
- Pero Marta... – se escucha a la madre.
- No madre. Usted también vendió su cuerpo por necesidad. Dígame madre, ¿quién alimentará a Daniel?- vuelve a preguntar Marta, un tanto agobiada por la insistencia de su madre.
- Pero por Dios, Marta. Yo pase por eso y... –pretende aconsejar la madre.
- Madre, le tengo que colgar. He quedado con un hombre interesado en ver la habitación de Daniel. La voy a alquilar y quiero estar preparada para cuando llegue.
- Pero Marta... ¿qué vas a hacer qué? – pregunta la madre con tono preocupado y un tanto más elevado.
- La semana pasada me llegó otra carta del banco, o pago la hipoteca o también me quedo sin casa – argumenta Marta, retocando sus uñas izquierdas.
- No digas eso chiquita, sabes que no te quedaste sin Daniel. Vuestra separación va a ser temporal, vas a ver como dentro de unos meses los asuntos sociales te devuelven su custodia –le consuela la madre.
- Malditos asuntos sociales –masculla Marta.
- Tranquila Marta, conmigo y tus hermanos el bebé está feliz – anima la voz más adulta.
- Ya lo sé madre, pero usted también tiene sus cosas y...Adiós madre, suena el timbre. Cuide de Daniel. Besos.
- Ten cuidado Marta, cuidado con el hombre al que al...- se despide la madre sin dejar que su último consejo llegue a su hija, a pesar de que ahora también elevó su tono.

Marta abre la puerta con los dedos extendidos, para apresurar el acabado de la manicura. El hombre que espera se inclina con ligereza, saluda los buenos días y extiende su mano para presentar su nombre: Jacinto.
Marta responde con apatía, aunque se le escapa una de esas sonrisas naturales, que tan caras vende desde que perdió su trabajo en el supermercado y le abandonó Javi, su marido. También estira su mano mientras emite su nombre. Le gusta la cortesía de este hombre, pero su aspecto le hace desconfiar. Viste levita, pantalón de pinzas y corbata rayada de azules, pero su atuendo está decorado con vistosas manchas. Sus modales son muy refinados: cede el paso en cada estancia con un ademán corporal; asiente con gestos, de complacencia, a las breves descripciones de Marta; pero su aliento desprende hedor a vino añejo.