lunes, 19 de diciembre de 2011

"Allá en una nube"

CAPÍTULO I

Desde que se fue mi hermana Blanca, mis padres parecían otros. Yo, con mi inocencia, siempre había pensado que ochos meses después y con Navidad por delante, papá volvería a reír con esas carcajadas contagiosas que nos provocaban dolor de mandíbula a todos los que le rodeábamos. Sin embargo, papá seguía cabizbajo a todas horas. Mamá tampoco había vuelto a tararear esas canciones que alegraban el día a cualquiera, según decía mi abuelo, Además, ella seguía vistiendo con pantalón y jersey negro, color que no le favorecía para nada. De hecho, un día incluso me atreví a decírselo, pero se echó a llorar y dijo que era lo mínimo que podía hacer por Blanca. ¡Todo había cambiado tanto!

En uno de aquellos días, llegué del colegio muy ilusionado con el nuevo villancico que este año nos habían enseñado por estar en primero de primaria. Mi maestra Martina siempre decía que estar en primero significaba que ya éramos mayores y que había que esforzarse. No era un villancico fácil, la verdad. Nos costó varios días de ensayo, muchos recreos sin jugar a las canicas; todo para demostrar en el festival de Navidad que los alumnos de primero ya éramos mayores. Me entristeció un poco que mis padres no asistieran, se hubiesen sentido orgullosos de mí y papá me lo habría hecho saber. Pero bueno… al menos estaba mi hermana Isabel, que me aplaudió muchísimo. Cuando llegué a casa, con unos cuantos días de vacaciones por medio, quise hacerle a mamá partícipe de lo que en el colegio habíamos vivido. Empecé a cantarle el nuevo villancico que seguro nunca habría escuchado: “Madre en la puerta hay un niño más hermoso que el sol bello…” Mamá, que estaba muy liada cortando cebolla en la tabla de madera, no me miraba. Yo me había dado cuenta de que estaba llorando pero pensé que era por la cebolla, siempre lloraba cuando partía cebolla y decía que a todo el mundo le pasaba.

Ese día no lloraba por la cebolla, lloraba por Blanca, luego me enteré. Mamá se dio la vuelta, tenía los ojos muy rojos, como en los últimos meses: en una mano sostenía la cebolla y en la otra el cuchillo. Comenzó a chillarme y a decirme que me callara, que Blanca estaba muerta. Las voces de mamá me asustaron mucho, ella nunca me chillaba, siempre decía que yo era un niño bueno. A la que sí le gritaba era a Blanca, pero porque era muy revoltosa y no siempre le hacía caso. De hecho, el día que le pilló el coche, y que se quedó muy muy quieta, mirando al cielo, mamá le estaba riñendo a voces para que no corriese detrás del balón que se nos había escapado a la carretera.

No entendía dónde estaba lo malo de cantar el villancico para niños mayores.

Me eché a llorar, salí corriendo a mi cuarto y sin darme cuenta dejé caer las notas, excelentes para lo que estaba pasando, según le explicaron a mi hermana Isabel, y la carta para los Reyes Magos que con tanto empeño, yo solito, había escrito.

Isabel me siguió hasta mi habitación, me abrazó y me pidió que perdonara a mamá, que la pobre seguía muy triste por lo de Blanca. Le hice saber que yo no entendía tanta tristeza: la maestra de religión, Lourdes, nos había contado que Blanca había pasado a una vida mejor en el cielo y que se había convertido en una estrella. También le revelé que, según mi amigo Samuel, Blanca se lo debería estar pasando en grande, saltado encima de las nubes cuando el cielo estaba cargado de ellas. Además, él había escuchado decir a su madre que mi hermanita se había ido al cielo como una princesa, vestida con el traje de comunión que pocos días antes había estrenado. ¡No entendía tanta tristeza!, le repetí a mi hermana. Pero ella me dijo que eran tristezas de mayores y, aunque yo ya era mayor, porque estaba en primero, no quise discutir y decidí perdonar a mamá.

Aquella misma noche, cuando me levanté al baño, escuché que mis padres hablaban sin regañar, algo que hacía tiempo no sucedía. Me alegré tanto que decidí escucharles tras la puerta entreabierta del salón. Supuse que los dos estaban llorando y como hablaban tan bajito no logré enterarme de todo lo que decían, pero a menudo se referían a mí y a mi hermana Isabel que, según papá, se había hecho mayor de repente.CONTINUARÁ