Los meses pasaron para Miki sometido a un duro amaestramiento humano. Dejó de gatear tras el constante desequilibrio corporal que le impedía erguir su cuerpo. Y su voz también omitió aquellos maullidos que exasperaban a Lola, porque inocentes avivaban la mutación dolorosa que había sufrido Miki.
Había sucedido bien entrada la noche, el canto pertinaz de una lechuza y el maullido de llanto de bebé que emitía aquel gatito indefenso, desvelaron un día más el sueño de Lola y Antoñita. Pero esa vez, Miki gruñía mientras se revolcaba por el suelo, poseído de tortura. Minutos después, su estómago comenzó a engullir su propio cuerpo; para luego expulsarlo por su ano tras maullidos más intensos, más lastimeros. Finalmente su cuerpo apareció de revés, en forma de bebé. Hubo segundos de calma que desahogaron en un animado llanto, que devolvió la vida a aquella extraña criatura. Las dos mujeres, que habían contemplado en silencio desde sus umbrales aquel macabro episodio, corrieron al amparo de Miki y aquella noche lo cuidaron entre sus arrullos y nanas; pero pronto decidieron que de su crianza se responsabilizaría la mujer más joven.
Pocos días quedaban para el segundo aniversario de la trasformación de Miki. Por entonces su origen se había convertido en un tema tabú y la gente comenzaba a habituarse a su presencia. Sin embargo, Feliciano jamás olvidó este tema, era el arma mejor afilada para hacerle daño a Lola. Sus injurias comenzaron a referir el canturreo de la lechuza que habitaba en el huerto contiguo de la calle y decía que auguraba la muerte de la extraña criatura, Miki. Lola también escuchó estos comentarios y comenzó a obsesionarse con el mal presagio que podría traer el ave nocturna.
Su preocupación era tal, que visitó a numerosos médicos. Sin embargo, todos se extrañaban al explorar el organismo de Miki y ella se veía obligada a explicar la condición de su hijo, animal felino trasformado en niño. Entonces sostenía miradas perplejas que le tachaban de loca. Finalmente los especialistas reservaban sus pronósticos y remitían el caso a otros tantos veterinarios, que ya a primera vista opinaban que el reconocimiento demandado no era de sus competencias. CONTINUARÁ