domingo, 13 de noviembre de 2011

"DESENLACE BAJO LA NIEVE"


CAPÍTULO II

Ya en el apartamento ella se tumbó en la cama, se aferró sobre la almohada y tiró de las mantas para recubrir su cuerpo. Luis sólo repetía una y otra vez que lo sentía y de vez en cuando cortaba la melodía de llamada de su móvil, mientras musitaba lo aburrido que podía resultar su jefe.

Cuando llegó el médico, Luis ya había retrasado el viaje de regreso a Madrid, ambos sabían que para el día siguiente Silvia aún estaría muy débil. El médico le administró la vacuna que prescribía el informe que le tendió Silvia y que siempre llevaba consigo para posibles situaciones de emergencia, aunque era la primera vez que lo mostraba desde que le detectaron la alergia; siempre había sido muy escrupulosa con los alimentos que le daban esta reacción.

Silvia pronto notó una notable mejoría, pero siguió las recomendaciones del médico suizo. Le pidió a Luis que la dejara sola y reposó la tarde en la cama, mientras divisaba la nieve por la ventana y buscaba justificación para el descuido que Luis había tenido con aquel maldito croissant de fresa. La única explicación ocurrente que acusaba a sus pensamientos era, la misma que hacía unos meses, que había otra mujer.

Luis estaba tan disgustado que no tenía ni ánimos para matar la tarde en la pista de nieve. ¡Se sentía tan culpable! Decidió albergarse unas horas en el restaurante vecino y sintió alivio al descubrir que le habían relevado el turno al camarero simpático. La relación con Rosa estaba sobrepasando límites se advirtió él mismo, mientras removía un café hirviente sobre la mesa más retirada del local. Tenía que poner fin pero a cuál de las dos relaciones, se preguntaba. Estaba engañando a las dos mujeres de su vida. Por un lado a Silvia la amante que había conocido hacía ya cuatro años, ahora convertida en esposa; por otro lado a Rosa, la madre de sus hijos, a la que abandonó hace tres años por apostar por la relación pasional con Silvia y que ahora jugaba el papel de amante. No podía ser, se restregaba las manos por el cuero cabelludo. “Tenía que acabar con tanto embuste –se acusaba-, para empezar este fin de semana debería estar aquí con Rosa. Este viaje lo había reservado ella para los dos –pensaba- sin embargo me inventé el contratiempo de la conferencia para que lo anulara y así poder compensarle a Silvia el despiste del aniversario”. Otra vez revolvía su cabello. Echó mano al bolsillo de su pantalón para devolverle la llamada a Rosa, le echaba de menos. ¡Qué estúpido! – dijo en voz alta. Había olvidado el teléfono en la habitación. Por unos segundos sintió pánico, pero enseguida recordó que lo tenía apagado y que Silvia no podría acceder al registro de sus llamadas ni mensajes, puesto que había cambiado el código pin recientemente.

Y entre borrascas de pensamientos y la ventisca de nieve se hizo pronto de noche y Luis decidió regresar al apartamento sin tener aún claro que hacer con la novela de su vida. Cuando llegó, Silvia parecía estar completamente recuperada y su humor estaba apacible –observó Luis. Lo que no podía imaginar era que Silvia había accedido a su móvil. Primero había introducido el pin de siempre, aquel que recordaba el aniversario de bodas, sin embargo éste era incorrecto. Quedaban dos intentos había advertido el auricular. Pensó unos minutos sin tener idea de cuál podría ser, pero una premonición evocó la fecha de la antigua alianza de Luis, con la que tantas veces ella había jugado en la cama de aquel hotel que fue testigo de sus primeros encuentros clandestinos. “Jugaba a perderla –pensó- y como idiota memoricé aquella cita grabada que entonces tanto envidiaba”. Y en efecto, aquella fecha servía de código secreto.

Después de un breve saludo, Luis se metió en la ducha para templar su cuerpo y aliviar su mente. Tampoco imaginaba que Silvia había hablado con Rosa y ambas habían descubierto la trama.

Entonces, cuando Silvia escuchó el primer chorro de agua se dirigió al baño y a voces lo sacó de la ducha. Más voces lo ahuyentaron del aseo sin apenas secarse. Más voces lo desterraron del apartamento sin otro abrigo que la propia toalla húmeda.

En el porche, Luis temblaba de frío. Suplicaba perdón y pedía su ropa. Sobretodo pedía su ropa bajo la noche, bajo la nieve.