domingo, 7 de febrero de 2010

"EN NOMBRE DE INIKO"

CAPÍTULO II
El chico despertó sobresaltado. Mientras, la luna huía presurosa, para esconderse de la melodía con la que el amanecer irrumpe y da la bienvenida al día. Su mente evocó el último recuerdo de ayer: su orín, ya seco, que dejó un olor nauseabundo y el esbozo del que fue su cerco. Indagó en el baúl de su memoria para buscar algún recuerdo parecido, pero no había rastro, ni consuelo. Giró su cuello y contempló el rostro de su sabio compañero, aún sumido en un profundo sueño.
-No es su primer intento, no es su primer intento -repetía una voz interior, que acosaba a sus remordimientos.
Inconsciente sacudió su cabeza, para desprender de ella esos pensamientos. El otro, también despertó algo sobresaltado al intuir, casi por instinto, que dos ojos oscuros le atisbaban preocupados. Saludó los buenos días y describió un trayecto cada vez más corto. El chico respondió con cortesía y se alegró de oír su propia voz, que al principio parecía distinta; la sequedad de la mudez tiñó su timbre.
El hombre amistoso tendió su mano, para presentar su nombre: Iniko, que significa nacido en tiempos difíciles. El chico al unísono emitió el suyo; pero las primeras palabras sonaron retumbantes y lo hicieron inaudible, pero visible para los ojos receptivos que pudieron leer los labios del muchacho.
El resto de viajeros seguía velando al silencio de palabras, de gestos y miradas. Pero… sucedió algo mágico que elogió el sueño y la esperanza de todos los allí presentes: la madre primeriza se atrevió a entonar, casi en sigilo, una canción patriótica que dedicó al pequeño acurrucado entre sus brazos. Entonces Iniko, sin previo aviso ni permiso, cantó a su compás el estribillo. La mujer le miró complacida; el bebé gorjeó satisfecho; el chico, tímido también afinó su voz con el mismo propósito y progresivamente se fueron uniendo al coro voces y más voces, que subieron al cielo y evocaron los colores: verde, amarillo y rojo de la bandera senegalesa.
Canción tras canción, agilizaban el tiempo hasta que las gargantas se resintieron y retornó el silencio. Más silencio, a veces un tanto incómodo.
Dos de los tripulantes sirvieron una ración de arroz cocido, con un coscojo de pan de centeno y un vaso de agua endulzada para quienes quisieran. Algunos ingerían la comida con avidez y otros racionaban con pulcritud cada bocado, para ralentizar la próxima sensación de hambre. Alguien, del otro extremo donde estaba el chico, se levantó para trasladarse a una esquina reservada de la embarcación; allí antepuso un saco para delimitar un espacio íntimo y defecó. Nadie miró, no era el primero. Cuando regresó a su sitio de descanso, se arrepintió de haber satisfecho sus necesidades; habían usurpado su sitio. Enojado lo reclamó pero uno de los patrones le advirtió que el otro ganaba, que nadie era dueño de su anterior espacio.
El chico, que con mirada elocuente había contemplado toda la escena, se sintió privilegiado de ocupar aquel hueco. Al menos, podía reposar su espalda en uno de los bordes de la vieja canoa, trasportadora de sueños europeos.
El resto de días plagiaron a éste: los amaneceres eran despertares de silencios, las mañanas notas musicales que añoraban el pasado, las tardes mecedoras de la escasa comida salpicada de arroz, legumbre o pasta y las noches… Las noches eran el escenario de la luna, donde vistiese como vistiese, siempre era la protagonista de todas las estrellas del universo. CONTINUARÁ

2 comentarios:

  1. Puedo sentir esa canción y todas las voces sumándose. Puedo sentir el olor, la angustia, el sufrimiento,...

    Gracias por los sentimientos. Gracias por hacerme sentir.

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  2. Este capítulo dos me trae de regreso unas palabras de Pablo Neruda que, pienso, te van muy bien: "... la juventud con su lámpara clara /puede alumbrar los más duros destinos / aunque en la noche crepiten sus llamas / su lumbre de oro fecunda el camino."
    Desde la selección del nombre de tu personaje (y su significado), hasta "todas las estrellas del universo", se ve que hay en ti destreza y espíritu, elementos que quienes escribimos, tanto perseguimos, pero que no todos encontramos. Tú sí. Recibe mis más sinceras felicitaciones, Mary.

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