Ella apretujaba los bultos, que tan previamente había seleccionado, para que todos tuvieran cabida en sus anchas maletas. Una vez más presumía valentía y felicidad; aunque, a veces, la inseguridad también acosaba.
Al día siguiente la misión solidaria emprendió su vuelo desde la terminal cuatro del aeropuerto de Barajas. Minutos antes del despegue, ella conoció a otra aventurera de sus mismos propósitos y ambas agradecieron aquella pronta familiaridad.
En apenas dos horas y media, el vuelo cómodo y limpio en adversidades aterrizó con éxito en el aeropuerto tinerfeño: Reina Sofía.
A la salida del aeropuerto les recibía un hombre de mediana edad, que vestía con sotana oscura haciendo uso de la vestidura eclesiástica. Se presentó como el padre Ramón, responsable del voluntariado.
A los pocos minutos los tres cogieron la guagua que les conduciría al alojamiento improvisado en el mismo Centro de Menores Extranjeros No Acompañados (MENAs). Durante el trayecto, el discurso taquilálico del padre no cesaba de emitir información relevante sobre el futuro inmediato de las dos servidoras solidarias y varias veces advirtió de la afluencia de espectadores que tendrían sus recibimientos.
Él, después de asistir a los Talleres de Ocio y Tiempo Libre, aguardaba acompañado e impaciente la novedad diaria desvelada: la llegada de nuevos maestros.
Nada más entrar en la primera instalación institucional, él antepuso su cortesía ofreciéndole a ella ayuda en el manejo de su basto equipaje. Ella, ocupada en enderezar las ruedas de una de sus maletas pensó, por un breve instante, que aquel sería un empleado; sin embargo el padre Ramón pronto refirió que era uno de los muchachos del centro.
- Me llamo Jawara – se presentó él en un arduo castellano.
- Mi nombre es Luna – acertaba a pronunciar ella, aún perpleja por creer que encontraría a niños.
De manera inconsciente, ella hizo ademán de reforzar el saludo con dos besos, pero Jawara acorde a su cultura se apresuró y le tendió la mano. Entonces, los recuerdos de ella reconocieron aquellos ojos penetrantes de tristeza e instantáneamente se ruborizó ante aquella exaltación desmedida e incontrolada.
Él presenció como las mejillas de Luna acentuaban su rosa lozano, y quedó prendado de la efusiva dulzura que se desprendía de ella. Y fue allí, en aquel momento. donde surgió un deseo, que el propio tiempo transformaría en amor o... quizás lo consumiría sin piedad. CONTINUARÁ
Al día siguiente la misión solidaria emprendió su vuelo desde la terminal cuatro del aeropuerto de Barajas. Minutos antes del despegue, ella conoció a otra aventurera de sus mismos propósitos y ambas agradecieron aquella pronta familiaridad.
En apenas dos horas y media, el vuelo cómodo y limpio en adversidades aterrizó con éxito en el aeropuerto tinerfeño: Reina Sofía.
A la salida del aeropuerto les recibía un hombre de mediana edad, que vestía con sotana oscura haciendo uso de la vestidura eclesiástica. Se presentó como el padre Ramón, responsable del voluntariado.
A los pocos minutos los tres cogieron la guagua que les conduciría al alojamiento improvisado en el mismo Centro de Menores Extranjeros No Acompañados (MENAs). Durante el trayecto, el discurso taquilálico del padre no cesaba de emitir información relevante sobre el futuro inmediato de las dos servidoras solidarias y varias veces advirtió de la afluencia de espectadores que tendrían sus recibimientos.
Él, después de asistir a los Talleres de Ocio y Tiempo Libre, aguardaba acompañado e impaciente la novedad diaria desvelada: la llegada de nuevos maestros.
Nada más entrar en la primera instalación institucional, él antepuso su cortesía ofreciéndole a ella ayuda en el manejo de su basto equipaje. Ella, ocupada en enderezar las ruedas de una de sus maletas pensó, por un breve instante, que aquel sería un empleado; sin embargo el padre Ramón pronto refirió que era uno de los muchachos del centro.
- Me llamo Jawara – se presentó él en un arduo castellano.
- Mi nombre es Luna – acertaba a pronunciar ella, aún perpleja por creer que encontraría a niños.
De manera inconsciente, ella hizo ademán de reforzar el saludo con dos besos, pero Jawara acorde a su cultura se apresuró y le tendió la mano. Entonces, los recuerdos de ella reconocieron aquellos ojos penetrantes de tristeza e instantáneamente se ruborizó ante aquella exaltación desmedida e incontrolada.
Él presenció como las mejillas de Luna acentuaban su rosa lozano, y quedó prendado de la efusiva dulzura que se desprendía de ella. Y fue allí, en aquel momento. donde surgió un deseo, que el propio tiempo transformaría en amor o... quizás lo consumiría sin piedad. CONTINUARÁ
Inevitables lágrimas.
ResponderEliminarInevitables sentimientos.
Un abrazo
más,más
ResponderEliminary un abrazo enorme amiga-guapísima-escritora
Cada vez mejor.
ResponderEliminarGRACIAS HERMANA,AMIGA,COMPAÑERA,ESCRITORA. GRACIAS. GRACIAS POR PLASMAR MIS SENTIMIENTOS EN UNA CARTA. GRACIAS POR REFLEJAR TODAS MIS EMOCIONES CON ESAS PALABRAS TAN BELLAS.
ResponderEliminarGRACIAS POR HACER QUE MIS SENSACIONES PUEDAN SER ALGÚN DÍA LEÍDA POR ESTAS DOS PEQUEÑAS PERSONAS.
UN BESO
Una constante encuentro al leer los capítulos de tu obra: la intriga que les imprimes y que los liga. En cada capítulo tienes un logro en este sentido (y en otros aspectos también, por supuesto), y he de decirte que por eso vuelvo a leerte y a redescubrir distintas líneas argumentales que enriquecen el producto final (no en el sentido mercadológico del concepto, sino en el de producción artística).
ResponderEliminarQuedo muy complacido luego de disfrutar el Capítulo VI de En nombre de Iniko.
Felicidades por tanta vida que palpita en tus palabras, querida Mary.