domingo, 24 de enero de 2010

"CANSADA DE SER PRINCESA"


Llevabas dos días con mirada pensativa y actitud distante. Cumplías por inercia con tus rutinarias tareas. Obedecías sin protestas a las consignas maternas, que periódicamente recordaban que tu gruesa lengua tenía hueco en tu boca.
Eras receptora pasiva de las constantes caricias familiares que mimaban a tu ser, a tu persona. Tu sonrisa, era el eterno gesto que adornaba tu rostro; pero tus ojos almendrados se tornaban tristes, humedecidos por lágrimas invisibles en tu entorno y reservadas para ti. La experiencia te enseñó que llorar no era la estrategia de conseguir propósitos.
Cabizbaja abrillantabas la cubertería, para después colocarla con delicadeza en sus correspondientes apartados. La perfección ralentizaba cada día esta faena y tu madre siempre reforzaba tu plausible entrega. Mientras ella se ocupaba de recoger toda la cocina, charlaba contigo sobre la próxima sesión de natación que tanto te apasionaba. Sin embargo, ese día tú silenciabas las emociones de exhibirte ante Elías, tu entrenador preferido que siempre halagaba tu habilidad en el agua.
Cuando terminaste el quehacer del mediodía, te refugiaste en tu rincón reservado cerca de la chimenea. Te sentaste torpemente en el suelo, cruzaste tus piernas ayudándote con las manos y cogiste tu muñeca preferida para alisarle, por tercera vez al día, su larga melena dorada.
Tu madre presenció tu ensimismamiento y quiso hurgar en tus pensamientos, pero el ruido de la cerradura interrumpió aquella tentativa. Tu padre llamó a la princesa de la casa, pero tú no saliste a su encuentro. En respuesta escondiste al ser inanimado entre tu pecho y tapaste tus oídos. Mamá contempló perpleja y angustiada la escena: tú balanceabas con ritmo e intensidad tu cuerpo. Papá irrumpió en la cocina y volvió a llamarte princesa. Entonces tú, repentinamente le dirigiste una mirada represiva e imploraste, a voces y con tu tartamudez característica, que querías dejar de ser princesa para ser normal. Deseabas ser normal repetiste, mientras te rendiste a los sollozos que habías reprimido por miedo a la incomprensión.
Tus progenitores atónitos vacilaron en sus respuestas. La mirada de ella desafiaba la desidia masculina; pero él, por primera vez en quince años, no dominó la situación.
Mientras, aprovechaste para levantar tu cuerpo: primero flexionaste tu pierna derecha y sobre ella basculaste el resto de peso. Te esforzaste en que la premura acompañara tus movimientos y a pesar de que sólo tú accionabas tu cuerpo en aquella escena, una vez más la vida se empeñó en que la tuya fuera a rodaje lento.
Huiste a tu cuarto corriendo. Sola. Ni siquiera permitiste que tu barbie preferida escuchara tu lamento. Sola...

3 comentarios:

  1. Lo he leido varias veces y en cada una de ellas acabo más dentro de la escena... menuda fuerza tiene este relato, es increible, que forma de meternos en la historia, de hacernos sentir...

    Ojalá todo lo que leyera me hiciera sentir.

    Gracias por el regalo,una vez más.

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  2. Pensaba...que ser "princesa" siempre fue algo "idílico". ¡Me has desmontao!. No obtante, seguiré pensando que eres, simple y llanamente, eso: una princesa.

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  3. Mary, me encanta cómo plasmas el proceso de crecer de tu nadadora, cómo deja de ser la princesa del padre, para ser la persona en la vida. Decisión que habrá qué sostenber a lo largo de la vida. Por ello es valiente, viniendo de una niña-adolescente.
    Besos.

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