sábado, 23 de enero de 2010
"FRUSTRACIÓN MALDITA"
Manu agotaba su tiempo en el patio ajardinado. Acompañado de continuos espasmos nerviosos, acomodaba la rigidez de su cuerpo en el mismo banco de hace tres años. Cruzaba las piernas, fijaba su mirada en la entrada blindada y para ello castigaba a sus ojos desviándolos durante horas. –Es una manera de distraer a los cuidadores- pensaba mientras aguardaba que ella viniese a buscarlo. -Yo no estoy loco – murmuraba entre dientes y se le escapaba una risa sarcástica, que alertaba a los vigilantes.
Luego retomaba su actitud serena. Hundía su mano en el bolsillo de la levita, que destacaba los ojos oscuros de un rostro agraciado a capricho. En su interior sus dedos toqueteaban rítmicamente un esférico cúmulo de pelusas; pero ignoraba que no eran las mismas que retiró del mantón de Celia el día del abandono. Y su delirio se reducía a un monólogo ininteligible, cuyo receptor imaginario también era ella.
La tarde caía con alaridos de otros internos que irritaban a Manu. Una voz cordial anunciaba por megafonía, que finalizaba el recreo y debían regresar a las estancias interiores. Pero a Manú, como cada tarde, le venían a buscar. Entonces él suplicaba cinco minutos más; prometía que tendría visita y los cuidadores aplacaban su desazón, persuadiéndole de que vería a Celia en la noche. Sabían que sus sueños sí concertaban citas perdidas.
Los domingos traían visitas que alteraban la rutina diaria. A Manu le visitaba su madre, anciana en aspecto y vestido. Se sentaba a su lado, le miraba absorta y aún no comprendía como una frustración amorosa, la única después de tantas aventuras, azuzó esa profunda esquizofrenia.
Pero una tarde su obsesión hizo que confundiera a una nueva paciente con Celia. Se dirigió a ella a pasos acelerados y su habla atropellada pedía explicaciones. La chica, al principio ensimismada contemplaba su belleza, pero pronto Manu la aferró entre sus brazos y ella en vano, logró escabullirse. Él silenciaba las súplicas de socorro con una mano, la otra oprimía la respiración de la joven. Rechazaba un segundo abandono, maldecía a gritos. La tremolina de los pacientes espectadores alarmó a los cuidadores, que de inmediato lo redujeron. Sin embargo, él ya había agotado su energía en robar el último suspiro de su ilusoria, Celia.
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Una historia bonita y trágica de una persona esquizofrénica. Su gran frustracción hizo que brotara toda la sintomatología negativa.
ResponderEliminarbesos y una vez más gracias por hacernos llegar tus palabras y que seamos capaz de vivenciarlas.
¡Cuánta dureza! ¡Cuánto dolor! ¡¡¡Pero si resulta que las pelusas no eran las de Celia...!!!
ResponderEliminarPerdón por guiño y gracias por el regalo de tu palabra escrita.
Un abrazo
Tus escritos estremecen, cada emoción descrita en cada letra, vocal, punto y coma; logras cautivar mi atención. Muy buena historia.
ResponderEliminarNO SABIA ESTA FACETA EN TI.ERES BARBARA.MUY BONITA HISTORIA.TU SI QUE TIENES TALENTO.ANIMO PARA SEGUIR ESCRIBIENDO COMO TU LO HACES.BESOSSSSS.
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