Mi amiga María Dolores Ponte Andamiaje cumplió la semana pasada los treinta años, pero a diferencia de otros cumpleaños, a éste decidió no celebrarlo. Decía que había entrado en una especie de crisis treintañera y que entre el dolor de espalda y la nueva década para su vida, ella no estaba para celebraciones. No obstante, las amigas le hicimos el regalo para la ocasión aunque como en años anteriores ya no era sorpresa para ella. Siempre le regalamos uno de esos zapatos con tacones kilométricos que sólo ella es capaz de ponerse. Y no es que sea una chica baja, al contrario, mide uno setenta pero le gusta verse en esos precipicios, dice. La verdad es que no se nos ocurre regalarle otra cosa; ya hace un par de años, por intentar sorprenderle, decidimos regalarle un bolso divino que le encajaba perfectamente con los últimos zapatos que se había comprado, pero… no acertamos del todo. Sorprender, la sorprendimos, porque no fueron unos esperados tacones y aunque el bolso divino le gustó, todas supimos que había quedado un poco desencantada. Desde entonces decidimos ir a lo seguro y no complicarnos, aunque puesta a decir, acertar nunca acertamos. Siempre tiene que hacerle algún retoque a todos los zapatos que adquiere: que si las tapas son muy finas y aprovecha para elevar más el tacón, que si este tacón es muy bajo para lo que ella está acostumbrada, que si a esta sandalia le vendrá bien una plataforma y mejor le vendrá a su columna…
Porque este es otro tema, la columna de mi amiga Maria Dolores Ponte Andamiaje. Siempre se está lamentando de los dolores que tiene en la espalda y motivo tendrá, pero ella sabe muy bien cuál es la causa y el remedio para su dolencia. Pero no le gusta que nadie le espete la obsesión que tiene con sus tacones. ¡Eso es una obsesión, no tiene otro nombre! De hecho hace seis meses se fue de casa de sus padres por las continuas disputas que tenía con su padre a causa de los tacones. María Dolores Ponte Andamiaje todo el día quejándose de su espalda y el padre todo el día reprochándole que sarna con gusto no pica. Sin embargo, la discusión fuerte se produjo el día que mi amiga se rompió el tobillo a causa de sus tacones y su padre le prohibió el uso de esos andamiajes –como él los llama-. “¡Que porque lo lleve el apellido no significa que te tengas que subir a ellos, cualquier día te vas a matar!” le decía más de un día el padre cabreado. Pero claro…, mi amiga María Dolores Ponte Andamiaje no aceptó una prohibición a su edad, mujer hecha y derecha, y menos aquella. Entonces mi amiga cogió sus muletas, se plantó el tacón en el pie sanito y se fue a vivir a casa de su novio.
El novio, que está loquito por los huesos de mi amiga María Dolores Ponte Andamiaje tampoco se atreve a decirle nada del tema, ya tuvo dos escarmientos en su día. El primero fue al poco tiempo de que empezaran a salir: tuvieron que abandonar muy pronto la fiesta ibicenca, que ellos mismos habían organizado, por las molestias en los pies y espalda de mi amiga. Aquella noche el ingenuo del novio le planteó la opción de que se pusiera unos zapatos más cómodos, pero mi amiga le obsequió con una mirada de reproche y le recitó la frase de la canción de María Isabel que ha hecho suya – “Antes muerta que sencilla”. El segundo escarmiento le vino el día que se le ocurrió regalarle un chándal: El novio, aburrido de escuchar lamentarse a mi amiga de los dos kilos que había cogido y de la falta que le hacía para su espalda practicar algún deporte, decidió animarle con aquel chándal. Cuando lo vio, mi amiga no paró de reírse en dos días. Aún no conocía deportivas con tacón – le dijo y por supuesto le volvió a repetir que “antes muerta que sencilla”.
Me acaba de llamar la madre de María Dolores Ponte Andamiaje, que por cierto también siempre lleva tacones aunque no con tantos centímetros de altura (de ella lo aprendería mi amiga) y me ha dicho que su hija está en el hospital, ha vuelto a tener un percance con sus zapatos. Estaba barriendo las escaleras con los tacones de andar por casa y sin más resbaló y rodó desde el primer hasta el último escalón. El traumatólogo le ha diagnosticado una ruptura vertebral que precisará de reposo absoluto y el uso de zapatos bajos de por vida. Dice la madre de mi amiga, que María Dolores Ponte Andamiaje ha requerido atención psicológica; no acepta la prescripción del traumatólogo en cuanto a los zapatos que debe llevar, sólo hace que repetir que “antes muerta que sencilla”.
Hola Mary. Hombre yo reconozco que también me gustan los tacones y que te cambian completamente cuando los llevas, pero como con todo en la vida tiene que haber un límite. A lo mejor había que inventar una nueva palabra TACONAREXIA o algo así para describir la obsesión que tienen algunas, pero bueno que no se preocupe tu amiga que con esa altura estará monísima con princesitas o una romanas que están muy de moda y los tacones a la larga si son excesivos traen muchos problemas.
ResponderEliminarUn abrazo guapa y que gusto volver a leerte!
Hola soy Nati de:"Los Cuentos de Nati", despues de unos meses de ausencia he vuelto y lo he hecho de la unica manera que se, con un cuento.
ResponderEliminarPaso ha saludarte y a que sepas de mi admiración por tus trabajos, espero que el cuento sea del agrado de todos.
Hasta pronto besos Nati.
Es precio tu relato. Me encanta la moraleja.Es cierto que para estar guapa una mujer tiene quesufrir siempre un poco.Nos pasa con la ropa o por ejempl con la ra interior. Yo sufro con ella. Ya te contare. Besitos campeona PILAR ALONSO
ResponderEliminarMary,
ResponderEliminarEs un gran gusto que retomes la escritura.
En este relato se reconoce en María Dolores una ironía (hablo de mi lectura, claro, no de lo que debe ser o para lo que fue escrito Los tacones de mi amiga). Me refiero al nombre, o parte de éste: Dolores-Ponte-Andamiaje. A veces todos cabemos en una situación similar y vemos y vivimos abismos que lesionan nuestra vertical sin necesidad de los tacones. ¡Enhorabuena! Besos y sigue creciendo, como tu obra... y dolores se puso andamiaje... Genial.
Me gustó mucho
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